La esclavitud de la imagen

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Disimular el paso de los años es lícito. No aceptarlo es absurdo.

El 1 de octubre cumplí 55 años y decidí hacerme un regalo especial. Contacté con David Ruano. No le conocía personalmente pero he seguido su trabajo y tenía la certeza de que conseguiría captar con su objetivo lo que le pedía. «Quiero mostrarme como soy ahora y aquí». Al cabo de pocos días celebrábamos el 20 aniversario de OT y con motivo de ello algunos medios aludieron a mi «cambio de look» aunque debo decir que, más que un cambio premeditado, el look responde a quién soy hoy y a la necesidad de mostrarlo con naturalidad.

 

Para aquellos que me han seguido a lo largo de estos 40 años de oficio probablemente sea chocante no ver aquella melena negra y rizada que tanto me marcó y caracterizó. Para vuestra tranquilidad os garantizo que los rizos siguen ahí y aparecerán de nuevo si decido algún día dejar crecer el pelo. Por cierto, anécdota… Desde que aparqué el tinte mi pelo está más sano y más fuerte. Diría que está feliz. Y yo también.

 

A los 20 años ya tenía algunas canas (quién tenga el pelo negro como el carbón sabrá de qué hablo). Hace diez años, a los 45, decidí dejarlas aparecer pero sentí que no era el momento de lucirlas porque el contraste entre las canas y mi semblante, más bien aniñado, era demasiado brusco. De modo que me resigné y decidí esperar unos años más. A los 55 llegó el momento. No tengo la sensación de haberlo decidido de forma premeditada. Simplemente un buen día me levanté y sentí que asomaba una nueva etapa en mi vida y que, como todas las anteriores, por nada del mundo me la iba a perder.

 

La transformación que el cuerpo experimenta con el paso de los años, por dentro y por fuera, responde al ciclo vital por el que transitamos. La buena noticia es que los cambios propios de cada ciclo no aparecen de forma abrupta y sin avisar sino que se suceden progresivamente. Y, a poco que cuidemos nuestro sistema digestivo y la condición física, los efectos de cada etapa incluso pueden retrasarse o aparecer con menos intensidad y brusquedad. La mala noticia es que, por suave que sea la transición de un ciclo a otro, no vamos a salvarnos de ningún modo de sus consecuencias. Con o sin botox, todos vamos a llegar a viejos.

El día que te levantes y percibas en el espejo que algo ha cambiado, siente ese día como una oportunidad para aceptar e integrar. Disimular y negar, nos conduce inevitablemente a un callejón sin salida.

Mostrarnos ante los demás sin corazas es una empresa difícil más aún cuando vivimos esclavos de la imagen y de un ideal de belleza conquistada a golpe de cirugia con el fin de perpetuarnos en el rostro de quienes fuímos, lo cual acaba por convertirnos en una caricatura de nosotros mismos. La imagen fomenta el apego, nos marca y condiciona hasta tal punto que nos negamos a abandonar el físico de quienes fuímos para vivir plenamente quién hoy somos. Todas las deciciones son respetables pero estoy infinitamente más cerca de entender la forma de envejecer de Meryl Streep, Sophia Loren o Andie MacDowell que la de Cher o Nicole Kidman.

De todas las publicaciones, ésta me llamó especialmente la atención. Digamos que lo anormal sería que los espectadores recordaran y reconocieran a la Nina que descubrieron en el Un, Dos, Tres, Eurovisión o en Operación Triunfo! La galería de fotos (y las que iré subiendo) dan cuenta de que los verdaderos cambios de look se han producido a lo largo de los años aunque el espectador lógicamente me recuerde únicamente con la melena larga, negra y rizada.

 

Yo, claro está, sí reconozco plenamente a la persona que hoy veo en el espejo. És más, en realidad me horrorizaría mirarme y no reconocerme, no ver mis facciones, mis arrugas o las manchas de mi piel. Cuando el retrovisor me pone delante trocitos de mi vida reconozco también el carácter, la energia y la mala leche (de mi abuela), la ironía, la discreción y la sonrisa (de mi abuelo) la tozuderia y la generosidad (de mi madre), la contradiccion, la obsesión por el orden y las cosas bien hechas. Por lo visto, ciertos rasgos de la personalidad son como las canas, con la edad no solo aparecen sino que se refuerzan.

Más que preocuparme por mi imagen desde fuera, siempre me he ocupado de ella desde dentro. Mi oficio me ha obligado a mantenerme físicamente en forma y ahora no sabría vivir sin esa sensación de bienestar. He cuidado de mi cuerpo durante 40 años para poder hacer un trabajo exigente con la voz y me cuido ahora para sentirme bien conmigo misma los años que han de venir.

En la sociedad que conocemos y vivimos, las personas debemos afrontar, como mínimo, un par de duelos: el de la edad y el del final de la etapa profesional. A los deportistas y bailarines, ese adiós a la carrera deportiva o artística les llega muy jóvenes. A los actores y cantantes un poco más tarde, pero llegar, llega. Si además has sido un personaje público, debes sumar un tercer duelo. Por más que uno entienda que ha llegado la hora de alejarse de los escenarios y lo afronte con cierto temple, o incluso lo desee (como es mi caso), enterrar al personaje es una tarea tan dolorosa como irremediable. Razón de más para aferrarse con fuerza a la esencia de quién eres hoy, a la suma de tus errores y aciertos, de tus éxitos y fracasos Con lo bueno, lo malo y, sobretodo, con lo mejor que SIEMPRE está por venir si trabajas a conciencia para materializar todo cuanto proyectes.

Algunos pensarán que exagero y que con 55 años aún tendría cuerda para rato. No digo que no. Pero sucede que la vida, desde hace algún tiempo, me despista del escenario y me lleva por otros derroteros a canalizar mi experiencia y conocimiento para orientar y ayudar a jóvenes artistas. Y haciéndolo crezco, me reto y avanzo. No estoy hecha para acomodarme en una situación. Cuando todo se acomoda a mi alrededor huyo. Quizá eso explique que durante 40 años haya podido mantenerme haciendo un oficio inestable y duro por naturaleza. A saber.  La vida es una casa de dimensiones enormes con muchas ventanas y todas nos ofrecen un paisaje distinto. Solo necesitamos atervernos a abrirlas y observar. Estar abiertos a lo nuevo, a lo que nos exige e interpela. Y mientras escribo esto me viene de golpe a la cabeza una máxima del Doctor Moisès Broggi que guardo como oro en paño «La ilusión se renueva con el esfuerzo».

Lo único realmente inquietante de la vejez es saber en qué estado llegaremos a ella.

Reconozco que ese hecho sí me preocupa. Hace años empezé a pensar en ello y decidí ocuparme de las variables que puedo controlar, la alimentación y el deporte, para llegar en la mejor de las condiciones. Además, si hay que hacer caso de los genes, mi abuelo murió con 98, mi abuela con 95, mi madre tiene 84 y está espléndida. En caso de que lleguemos, procuraremos estar lo mejor posible y con la mata de pelo, ya para entonces, de un blanco impoluto.

Estareis de acuerdo conmigo que Ruano supo captar en esencia quién, con rizos o sin ellos, siempre he sido. Eso si... La ceja izquierda continua levantándose cuando me pongo seria.

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