Mi música es tu voz

El tsunami televisivo que marcó nuestras vidas
T21 nina_047_v1

"Queremos impulsar un centro de alto rendimiento para cantantes". Toni Cruz me detallaba por teléfono en qué consistiría el nuevo proyecto televisivo que se emitiría la noche de los lunes en TVE. Un reality show cuyo objetivo sería mostrar la formación y preparación física y vocal de 16 concursantes.

"¿Te ves capaz de diseñar un plan de estudios, crear un claustro de profesores y dirigir la academia donde se formarán los concursantes?" Era la primavera del 2001. Acababa de llegar de Valencia, donde había pasado cuatro meses ensayando y representando Palabras en penumbra, de Gonzalo Suárez. "¡Claro que me veo capaz!" Le contesté. Tras analizar en profundidad las principales necesidades formativas de 16 cantantes, cuyas carreras artísticas iban a nacer en la televisión, intenté ordenar la información relevante y comencé a dar forma y diseñar el plan de estudios de la Academia de Operación Triunfo.

El casting

Octubre del 2001. Habían transcurrido unos meses de aquella llamada. Caminaba por las calles de Madrid. De noche hacia el teatro para hacer función, de día hacia el Palacio de Congresos para escuchar las voces candidatas. Solo 16, de las casi cinco mil, pasarían el casting. Mientras las escuchaba, mi mente se iba de excursión al pasado. Algo de lo que allí sucedía me conectaba con mis inicios. Catorce años atrás, también alguien me escuchó cantar y me eligió para formar parte del programa más visto de la historia de la televisión. Ese «alguien» fue Narciso Ibáñez Serrador. En ese momento no podía ni imaginar las consecuencias que tendría en mi trayectoria profesional nacer como artista en la pequeña pantalla. ¿Les ocurriría lo mismo a los 16 finalistas? Mi atención volvía al casting.

 

Los likes son hoy el termómetro que calibra la repercusión de tus acciones públicas. Pero en aquel entonces, pasear por la calle era lo que te proporcionaba el dato, es decir, el alcance que había supuesto tu aparición en televisión. Al día siguiente de estrenarme como azafata en el Un, Dos, Tres… aquel septiembre de 1987, al salir por Alcalá, la calle donde vivía, tuve la sensación de llevar conmigo de paseo los 23 millones de espectadores que habían visto aquella primera aparición. Digamos que pude hacerme una clara idea de lo que se me venía encima.

OT ofrecía a estos jóvenes talentos una oportunidad de esas que pasan una o ninguna vez en la vida. Las discográficas – lo sabía por propia experiencia-, tenían los cajones llenos de maquetas (embriones de singles o discos) de jóvenes artistas que, con la legítima ambición, deseaban ocupar un lugar en la industria de la música. Algunas de esas maquetas olvidadas en cajones de los despachos de quiénes decidían qué era comercial y qué no, pertenecían precisamente a concursantes de aquél primer OT. Fue gracioso, es un decir, presenciar providenciales encuentros entre algún «triunfito» que, antes de serlo, había sido rechazado por el mismo director artístico que ahora lo alababa.

 

 

Nadie está preparado psicológicamente para gestionar la fama repentina. Solo el tiempo y el sentido común te hacen entender la saludable necesidad de colocar la fama en el justo lugar que le corresponde. Ese aprendizaje y experiencia en primera persona fue muy útil para entender, orientar y acompañar a los 16 concursantes de OT de aquella primera edición.

 

Los dieciséis concursantes vivirían experiencias personales y profesionales extraordinarias. Experimentarian la cara amable y la amarga del oficio. Las horas de trabajo y sacrificio se verían, con un poco de suerte, recompensadas por los aplausos del público, primero en el plató y más tarde en los escenarios. El concursante mejor considerado ganaría una carrera discográfica; el resto volvería a casa con las manos vacías aunque lo más importante es el reconocimiento propio aunque entonces ellos aún no lo supieran como estoy segura que hoy lo saben.

Lo que tampoco sabíamos ninguno de los que hacíamos el programa es que los dieciséis acabarían siendo ganadores. Operación Triunfo se convirtió en un fenómeno social de tal dimensión que la vuelta al pueblo, a la familia y a la realidad de antes era ya imposible.

La Academia

Cruz y Mainat reunieron a todo el equipo en la sala de ensayo de la Academia. La sesión fue larga. Era necesario informarnos en profundidad y con todo tipo de detalle sobre el funcionamiento del programa. No iba a ser posible realizar ni un solo ensayo ni un piloto, como suele ser habitual en cualquier programa de televisión antes de su estreno. El telón se levantaría la noche en que, después de la primera gala, los concursantes entraran por la puerta del plató de Sant Just, ahora reconvertido en centro de alto rendimiento.

 

Estrenábamos espacio. Mejor dicho, estrenábamos decorado, porque todo el equipo conocíamos perfectamente el plató. En esas mismas instalaciones, unos años atrás habíamos grabado Cent anys de cançons y Les teves cançons, dos programas musicales que Gestmusic producía para TV3 y de los cuales fui presentadora. La transformación del espacio era bestial. Las instalaciones y los medios con que contábamos eran un auténtico lujo. La Academia disponía incluso de estudio de grabación propio. Lo que años atrás fue mi camerino se había convertido ahora en un control de realización y el resto de camerinos eran despachos de producción, controles de realización y sonido o espacios para guardar maquinaria y material. Toda la zona destinada a la producción y realización estaba señalizada en rojo, cosa que indicaba que bajo ningún concepto el concursante tendría acceso a esas habitaciones cuando los concursantes cruzaran la puerta hacia ese pasillo para ir a enfermería o maquillaje.

 

Antes de empezar la reunión hicimos un tour por la Academia desde el punto de vista del espectador, es decir, vimos lo que el público vería desde el televisor de casa gracias a los operadores de cámara que permanecerían escondidos horas y horas en el silencio más absoluto en los pasillos que rodeaban el conjunto de salas. Fue en este laberinto lleno de cámaras y cables donde recibimos consignas clave para el buen funcionamiento del programa. Ni un susurro, ni una tos, ni un estornudo. Silencio absoluto. Esa fue la consigna más repetida. Era esencial que el concursante no oyera absolutamente nada para mantenerlo ajeno a las cámaras.

 

Obviamente, el concursante sabía que, escondidas tras un cristal o una falsa pared, habría cámaras, pero éstas no estaban a la vista. A efectos de quién se pone delante de una cámara, no es lo mismo ver solo la cámara que ver, además, a un persona detrás que la manipula. El concursante tenía que llegar a creer que allí dentro la única compañía que tenía era la de los profesores y los compañeros. El aislamiento tenía que ser total y absoluto. Ningún input de la calle, ningún comentario. Los mantendríamos al margen hasta donde fuéramos capaces y pudiéramos, claro.

Fotos de José Irún

El plan de estudios

Para diseñar la formación que aquellos jóvenes recibirían debía elegir las disciplinas más adecuadas, teniendo en cuenta el contexto televisivo en que nos encontrábamos. Además, debía escoger los profesores, y a mi entender estos tenían que ser profesionales en activo, tanto en la docencia como en el escenario, capaces de transmitir el conocimiento con eficacia. No solo se hizo casting a los concursantes, también a los profesores. El formato exigía ciertos atributos además de la solvencia pedagógica y artística. Los principales objetivos de la formación pasaban por alcanzar una muy buena forma física, conocer a fondo el instrumento de trabajo (la voz) y desplegar las habilidades artísticas en todos los terrenos de juego en que el artista debe saber jugar: plató, directos, estudio de grabación, etc. 

 

El reality no pretendía mostrar la intimidad más allá de la que se crea en una sala de ensayo. Había, sin embargo, ciertas incógnitas sobre si estas situaciones proporcionarían un material suficientemente interesante para mostrar a los telespectadores en un resumen diario. Jamás tuve la menor duda sobre ello porque trabajar con la voz implica desnudarse, mostrarse. Los espectadores verían la parte más artesanal del canto a través de una personas que sufrirían, lucharían, se caerían y levantarían cien veces.

En la soledad de un ensayo o en la multitud en medio del escenario, el intérprete lucha por alcanzar lo que le piden que haga o lo que él mismo se exige. Lo que pasaba al otro lado de la cámara era tan cierto y real como la vida misma. No hacía falta provocar nada especial para que el material fuera atractivo. Las personas que veíamos a través de aquellas cámaras ocultas no eran actores, eran personas reales, que sufrían, reían, lloraban, se enfadaban y conseguían sus retos a fuerza de mucha dedicación. La evolución de los concursantes, repleta inevitablemente de dificultades, no sólo era un grandísimo material para enseñar al telespectador sino que, además, le hacía entrar en la trastienda del oficio. El reality, efectivamente, mostraba la realidad.

 

Entrenar, ensayar y repetir para mejorar. Eran (y son) atletas, atletas de la voz, y no lo sabían. Su actividad como cantantes es equiparable a la práctica profesional de cualquier deporte. El cuerpo es la herramienta principal por esa razón el entrenamiento físico fue fundamental en la Academia. El cantante, como el deportista, debe aprender a convivir con el desgaste que provoca el uso continuado de las herramientas de trabajo y procurar prevenir tanto como pueda las lesiones que de este uso se puedan derivar. Los 16 debían interiorizar esa información y aprender cuanto antes que para cantar y utilizar la voz (y el cuerpo) de forma continuada y exigente no solo necesitarían suerte sino perseverancia y esfuerzo.

La evolución de los concursantes debía hacerse visible a través de la formación y de dicho entrenamiento. El ritmo de clases y ensayos era frenético y, por otro lado muy realista, es decir, el mismo que habrán vivido y experimentado los que han optado por continuar en este oficio. Se levantaban a las ocho de la mañana y, con las legañas en los ojos, bajaban a la sala y después de una hora de cardio se quedaban completamente astillados. Era divertido oír a Manu Tenorio preguntándose "¿pero esto qué coño tiene que ver con cantar?"  ¡Apuesto a qué hoy ya no se formula la misma pregunta!

Profesores de las tres primeras ediciones de OT y edición 2011. Foto de José Irún

Mención especial a Mikel Herzog (junto a mi, en la segunda foto) quién además de dirigir la "Segunda Academia" donde los expulsados continuaban con su formación, se hizo cargo artística y musicalmente de la gira de OT y de las giras posteriores de los "triunfitos". Mikel estuvo siempre a la sombra, sin cámaras, pero realizando una labor indispensable en la continuación de sus carreras una vez fuera de la Academia.

El reparto de temas

¿Resultaría atractivo el material audiovisual que saliera de una clase de danza, de canto, o de un ensayo? ¿Crearía interés? ¿Tendría la suficiente fuerza para mantener al espectador enganchado semana tras semana? Las primeras reacciones interesantes de los concursantes coincidían, desde un punto de vista televisivo, con la adjudicación del repertorio.

 

Los martes por la tarde, mientras hacíamos el reparto de temas de la gala, mientras unos estallaban de alegría, en otros se producía el gran drama, bien porque la canción que les tocaba no es de mi estilo, bien porque, aún siendo del estilo que creo que es mi estilo, el concursante intuía alguna dificultad añadida que podría merecerle una nominación. Del estilo, de la coreografía y del compañero de escena dependía, en gran parte, el éxito de la actuación, y el concursante lo sabía.

A estas alturas probablemente ya habrán aprendido que lo decisivo es la actitud que tomamos ante un reto, y no su magnitud. Los factores externos que nos condicionan no siempre se pueden gobernar. Los internos, sin embargo, estána a nuestro alcanze y dependen exclusivamente de nuestra fortalez mental. Una vez pasado el primer susto del reparto y sentados alrededor del piano, escuchábamos una por una las canciones y valorábamos, en función de la tesitura del cantante, la tonalidad en final del arreglo.

 

Con las sucesivas escuchas de la pieza, se desmontaban en llantos una y otra vez ante la sola idea de que tendrían que defender su lugar en el concurso con una canción que no les gustaba o no encajaba en sus supuestos «estilos». Qué poco imaginaban hasta qué punto los entendía. Pero aquello era un concurso y no había discusión posible. Tenían dos opciones: confiar en el proceso de ensayos y en su talento o hundirse y despediciar una semana llorando y quejándose.

 

Para defender una canción, sobre todo cuando ésta no te gusta, es imprescindible tener a mano una voz versátil capaz de adaptarse al estilo e incluso jugar con él, o la convicción de que, la que te ha tocado cantar, es la mejor canción de la historia de la música. Cantar es como defender una idea, hace falta creer en ella. Aunque si bien es cierto que cabe la posibilidad de no creer en ella y defenderla igualmente. Tenemos extraordinarios ejemplos de ello en la política.

 

La dirección del programa adjudicaba el repertorio con el objetivo de que el concursante, semana a semana, superara unas metas interpretativas, cuyo resultado valorarían los espectadores y el jurado. Una vez encerrados dentro y sometidos como estaban a la presión del concurso, se olvidaban de haber aceptado participar libremente en una competición musical en la que la voz tendría que visitar estilos diversos no siempre afines. Las reglas exigían ponerse en peligro y abandonar territorios conocidos para explorar otros nuevos.

La fórmula del éxito de OT es, entre otras variables, su equipo de excelentes profesionales. Aquí tenéis a uno de sus puntales, Noemí Galera, directora de Casting de Gestmusic y directora de la Academia de las últimas y exitosas ediciones. Aprendí con ella, y de ella, precisamente porque es una mujer sabia que no pretende enseñar nada (que es cuando más se aprende de alguien) y con ella me reí lo que no está en los escritos. Grande, Noemí.

Conectamos con la Academia                                                                      Gala homenaje a la ganadora de la primera edición de OT Rosa López

El éxito

A la mañana siguiente de la quinta gala, al abrir el ordenador leo un correo de Toni Cruz felicitando a todo el equipo por la labor realizada. El programa se había disparado. Cruz felicitaba al equipo y nos alentaban a seguir haciendo el trabajo bien hecho. El suflé iba subiendo. Las peticiones de entrevistes empezaron a dispararse e incluso los medios más importantes, cuyas portada parecen estar reservadas exclusivamente a figuras internacionales, se apuntaban a hablar de OT.

 

Todo parecía andar sobre ruedas y controlado hasta que una noche, por equivocación, pinchamos televisión española justo a la hora del telediario. La dirección de la Academia decidía qué contenidos podían ver los concursantes en la tele ubicada en la sala de estar, y desde producción se encargaban de pincharlos. Cenábamos una vez terminadas las clases y después me quedaba algunas horas haciendo su seguimiento desde mi despacho a través de un monitor hasta que se iban a sus habitaciones. Aprovechaba aquella franja horaria para hacer tutorías personalizadas a los concursantes que necesitaban desahogarse y compartir desazones artísticas y personales.

 

Esa noche, como de costumbre, la mayoría de ellos estaban espatarrados en el sofá delante del televisor. Oí cómo se cambiaba el canal y reconocí la voz del locutor del telediario. ¡Piernas para qué os quiero! Salí disparada hacia arriba y, mientras subía los escalones de tres en tres, yo también pude escuchar que «Operación Triunfo superó en la gala de ayer los cinco millones de espectadores«. Los gritos, las patadas al suelo y al sofá y los abrazos de euforia contrastaban con mi cara de indiferencia absoluta. Había sido conocedora de tal audiencia en el correo de aquella misma mañana así que yo me moría de ganas de saltar con ellos en el sofá, dar patadas, abrazarlos y felicitarlos, pero tuve que reprimirme y pegar cuatro gritos para rebajar la euforia. Me tomaron por el pito del sereno, claro. Aquello ya no lo paraba nadie.

Mi música es tu voz...

La canción Mi música es tu voz comenzó a tomar forma en la voz de dos concursantes con habilidades para la composición. Las clases y los ensayos ocupaban la mayor parte del tiempo, pero aún sobraban horas para jugar con armonías y melodías que los distrajeran de las canciones de la gala. 

 

Desde el despacho, a través del monitor, escuchaba cómo discutían sobre la melodía y la letra. ‘¿Lo estás viendo? Sería fantástico que compusieran un tema juntos y lo cantaran en una de las galas, ¿no te parece?’ Cruz arrugo la nariz pero me dejó hacer, y pronto nos organizamos. Cada uno compondría un verso. La canción hablaría sobre lo que estaban viviendo juntos un grupo de personas que no se conocían de nada y que, con el canto como único nexo en común, estaban inmersos en un intensivo sobre convivencia humana. Los primeros en componer la pieza habían mostrado el hilo del que había que seguir tirando… Si no te conociera, si no estuviera aquí, no habría encontrado la alegría de vivir.

 

La composición a dieciséis resultó ser una labor complicada. Mientras que unos se sentían incapaces de escribir una sola línea, otros las escribían todas. Entre broncas, cabreos y risas, finalmente parieron la canción. El acompañamiento en directo de un piano fue la base sobre la que cantaron también en directo, como siempre hacían. Con virtudes e imperfecciones, la pieza tenía alma. Si tuviera que escoger un momento de todos los vividos en Operación Triunfo, sin duda, me quedo con el que vivimos dentro del estudio de grabación escuchando juntos por primera vez el resultado de Mi música es tu voz. Era más que una canción. Era su historia. En menos de un mes, el disco vendió un millón y medio de copias.

Después del tsunami...

La tierra de Anantapur es estéril. Las piedras de una tierra extremadamente seca son el principal elemento que pisan tus pies cuando caminas por ese rincón del mundo en la región de Andra Pradesh. El marrón es el único color que recuerdo. Tras la primera edición de OT decidí marchar un mes a la India y dejar pasar el tsunami.. La sensación de vivir en un permanente Dragón Khan me era familiar. Me hallaba inmersa en una nueva ola de popularidad y necesitaba gestionarla y no dejar llevarme por ella, si es que eso era posible.

 

Aquella primera noche en la Fundación Vicente Ferrer, los voluntarios más veteranos organizaron un encuentro informal para conocernos. Médicos, arquitectos y maestros de todo el territorio del Estado Español explicaban que desde hacía años habían decidido destinar las vacaciones de verano a trabajar para la Fundación diseñando y desarrollando proyectos. El encuentro tuvo lugar en la azotea de la caseta de uno de los voluntarios indios. Personas llegadas de todas partes y con oficios distintos nos reuníamos para tomar un té e intercambiar inquietudes. Avanzada la noche, Sasi, un voluntario indio con voz de soprano ligera y un castellano perfecto me preguntó si me importaría cantar una canción.

 

Accedí, feliz, pero sin saber muy bien cómo satisfacer musicalmente la petición. Se apresuró a pedirme que cantara una canción que le gustaba mucho. Le pedí que me la tarareara y, con el alma y el cerebro aún revolucionados por lo que había vivido durante cinco meses a diez mil kilómetros de Anantapur, oí la voz de Sasi cantar… A tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo, a tu lado hoy puedo volar.

Operación triunfo nos canvio la vida...

Os la cambió a vosotros, espectadores. El canto y la música estuvieron presentes 24 horas en millones de televisores, arrancaron sonrisas a personas enfermas, inyectaron energía a los más mayores y despertaron el interés por la música en los más pequeños.

Nos cambió la vida a nosotros, el equipo técnico y artístico que lo hicimos posible. Una experiencia profesional de esa dimensión es una oportunidad extraordinaria para crecer, ponerte a prueba y cultivar la resiliencia, aquella fuerza que no sabes de donde te llega y que te hace sentir que todo es posible cuando entiendes el trabajo en equipo hecho desde el rigor, desde la voluntad de querer hacer bien las cosas.

Cambió la indústria de la música. Cientos de cantantes y músicos pisaron el plató para dar a conocer sus nuevas creaciones y promocionar sus singles. Las ventas de discos se incrementaron (no solo los discos de OT) y proliferaron los conciertos en directo.

¡Larga vida a OT!

«Mira, te he traído el piano de La Trinca» Me dijo Cruz el primer día que pisé la Academia aquel octubre de 2001. Las músicas y letras de La Trinca marcaron mi infancia y adolescencia (y Toni Cruz lo sabía), como a tantos y tantos de mi generación. Recordaba perfectamente ese Yamaha. De de niña me había quedado embobada escuchándolo en uno de sus conciertos en las fiestas de mi pueblo. Tras las tres ediciones de OT, la Academia se cerró y el Yamaha de la sala de ensayo aterrizó en casa… «Sabemos que te hará ilusión tenerlo y guardarlo». 

Josep Maria Mainat y Toni Cruz, junto con Joan Ramon Mainat fueron el cerebro y el alma de OT. Gracias por creer y confiar en mi. Os quiero.

Querid@s... Nunca dejéis de soñar

Compartir en facebook
Facebook
Compartir en twitter
Twitter
Compartir en linkedin
LinkedIn

También te puede interesar...