Mañana cumplo 56.
A mí siempre me ha gustado cumplir años y celebrarlo con las personas que amo. ¿Y a vosotros? ¿No creéis que celebrar el cumpleaños es celebrar la vida?
El pasado 21 de septiembre murió Salvador Méndez, una persona diagnosticada de Esclerosis Lateral Amiotrófica a la que, como logopeda, he acompañado en este camino sin retorno.
Salvador era un hombre fuerte, con una determinación que impresionaba. Me pedía ejercicios para hacer en casa y trabajaba duro para adaptar la comunicación a las posibilidades de cada etapa. Trabajaba tanto como le permitía la progresiva atrofia que provoca esta puñetera enfermedad.
Meses atrás le pedí su permiso para publicar algunos de los audios de nuestras sesiones de rehabilitación. Vosotros que me leéis cada semana recordaréis que en las primeras cartas que os envié explicaba un proyecto que estaba a punto de estrenar, el podcast TU VOZ, TU ÉXITO. Y recordaréis también que el primer episodio, publicado el 16 de abril Día Mundial de la Voz, lo dediqué a hablar de cuándo perdemos la voz, precisamente para poner en valor la voz y la comunicación. Uno de los protagonistas de ese episodio era Salvador Méndez.
Recuerdo perfectamente el miércoles siguiente a la publicación del podcast. Sacó el móvil y me enseñó los mensajes que había recibido de personas que le habían escuchado. Me miró satisfecho y me dijo «He puesto mi granito de arena para dar a conocer la enfermedad».
Salvador era de un pueblecito de Almería, como mis abuelos. A veces me sorprendía con palabras que había oído decir a mi abuelo y que llevaba años y años sin oír. Le conté que mis abuelos también eran de allí. En ocasiones, durante la sesión, hablábamos de la familia, de los hijos o de la empresa que impulsó y lideró a lo largo de toda su vida profesional.
Cuando venía de alguna estancia en el hospital, yo le pedía que me contara con todos los detalles cómo le había ido. Salvador me hablaba sin tapujos y yo le agradecía que lo hiciera.
Mientras le escuchaba, a veces se me caía alguna lágrima. No me escondía. Él no lloraba, al menos de forma visible. Pertenecía a aquella generación educada para no llorar. Durante estas conversaciones, últimamente con el lenguaje escrito como única vía de comunicación, me miraba fijamente. No hablábamos. No era necesario. Al marchar cada miércoles me daba un abrazo tan fuerte que nadie habría dicho que las neuronas motoras de ese cuerpo estaban dejando, de forma progresiva e irreversible, de hacer su función.
Te voy a echar mucho de menos Salvador. Compartir este tramo contigo ha sido una lección de vida, de fortaleza y determinación. Gracias por ponerme los pies en el suelo cada día, cada miércoles, semana tras semana. Gracias por tus miradas y sonrisas de complicidad. Qué privilegio haberte conocido, Salvador.
Descansa en paz.