L’avi Joan

L’avi Joan hubiera cumplido hoy 114 años «Si pudiera vivir un poquico más», me dijo a sus 98  – no sin antes hacer una de sus larguisimas pausas, no porque quisiera echarle dramatismo a la situación, sino porque era un hombre reposado y que pensaba las cosas antes de decirlas – a lo que yo le contesté con una sonrisa y una carícia.

La voz de l’avi era cálida, pero con suelo, con raíz, por así decirlo. Hablaba poco, en general. Pero, de repente, siguiendo el hilo de su pensamiento, cuando le venía a la mente alguna situación vivida, la describía con una riqueza de lenguaje y de matices propios de esa generación que cultivó la oralidad y que, cuando hablaban, no podías por menos que quedarte embobada escuchándoles.

L’avi pasó gran parte de su infancia en la caseta de la vía del tren, en los Gallardos, a 4 horas a pie de su Palomares natal. Lo calculo a pie porque me contaba mi abuelo que, a pie y con la burra cargada, una vez a la semana llevaba comida a su madre y hermanos. Tardaba un día en ir y otro en volver. Era el auge de la minería y l’avi Joan ayudaba a su padre a descargar el carbón de las vagonetas.

Todo esto me lo contó l’avi durante un viaje que hicimos a Palomares (el mejor sin duda que habré hecho en mi vida) cuando ya contaba con 91 años. Quise llevarle, a él y a la iaia, y vivir con ellos el que quizá sería (y fue) el adiós a su tierra, a su gente.

Lo de su infancia trabajando en la vía del tren y durmiendo en la caseta con el padre, me lo narraba desde un mirador en Los Gallardos en medio de un viento insolente que no me dejaba disfrutar plenamente de su oratoria (aunque ni un huracán me hubiera impedido perderme ni un solo detalle de los que tan minuciosamente me contaba) mientras juntos alzábamos la vista hacia Bedar, en frente, y Vera, a nuestra derecha. 

Un atardecer, casi ya de noche, y la luna llena a punto de estallar, los metí en la Mercedes alquilada para el viaje y los llevé a la playa de Palomares. Entramos en la arena con la furgoneta. Apenas se distingue el camino de tierra que lleva a la playa. Se funden. Paré el motor, abrí las puertas correderas y sin decir nada, me quedé en silencio deseando haber sabido crear un momento especial para ellos.

Pasados unos minutos, mi abuela me preguntó «Nena ¿Qué hacemos aquí»? «Disfrutar, iaia, disfrutar».

Escucho perfectamente las voces del avi y la iaia en mi cerebro. Las echo de menos. Los echo de menos.

Per molts anys, avi!

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