Eurovision 1989

Si la memoria no me falla, hoy se cumplen 33 años de mi actuación en Eurovisión. Laussanne, 6 de mayo. Actuamos en 16ª posición. Quedamos en 6ª.

Lo que os contaré en esta carta lo recuerdo como si fuera hoy. Faltaban 3 o 4 canciones para el turno de España cuando salí de la Green Room para  llamar a mis padres desde una cabina que había en el Hall del Palais de Beaulieu, un recinto de dimensiones enormes. Sabía que estarían nerviosos. Quería que escuchasen mi voz y que supieran que yo estaba tranquila y feliz, así ellos también se quedarían tranquilos y disfrutarían de la actuación.

«¿Pero, por qué nos llamas??? ¡Si ya te toca salir!» Mi madre me regañaba… «Quería deciros hola y oír vuestra voz». Volví hacia la Green y Sonja, la azafata que me acompañaba a todas partes, me cogió de la mano y nos dirigimos hacia el backstage.

Me sentía con muchas ganas de salir y comerme el escenario. No me imponía salir a cantar ante el público que llenaba el recinto, ni tampoco el hecho de saber que 300 millones de personas verían el evento por la televisión. Quizás porque ya estaba acostumbrada a este fenómeno… En el programa de TVE Un, Dos, Tres nos veían 23 millones de espectadores cada semana. Una vez llegas a esas cifras qué más da 23 millones que 300…

Todo consistía en concentrarme y cumplir las consignas de realización que habíamos pactado con el realizador, mirar a cámara y disfrutar cantando. Lo demás no importaba. En el escenario no hay que pensar, solo disfrutar y fluir. Cosa que con la edad se va volviendo cada vez más difícil, para qué nos vamos a engañar. La inconsciencia, la ilusión y la energía puede con cualquier miedo e inseguridad cuando eres joven. El cuerpo y la voz responden a cualquier reto o cambio imprevisto en el guion. No hay presión y, si la hay, no la sientes o no te condiciona.

Juan Carlos Calderón sí la sentía, la presión. Era su cuarta vez en Eurovisión, si mal no recuerdo. «Si una canción no gana (en Eurovisión) se pierde», repetía una y otra vez. Se lamentaba de lo mucho que le costaba «parir» una canción, cómo para perderla por el camino. No todas las variables dependían de mí, pero sabía que me iba a sentir responsable de esa «pérdida», en cierto modo, si no ganábamos.

El talento de Calderón era proporcional a su inseguridad. Estaba literalmente aterrorizado. Los nervios se lo comían vivo y para atenuarlos bebía whisky. Estábamos en el escenario, preparados para empezar cuando el regidor así lo mandase. Al recibir su señal, Calderón alzó los brazos y marcó la entrada a la orquesta con un tempo mucho más lento del que había dado en cada uno de los ensayos previos. Dar la entrada a la orquesta, y darla correctamente, es esencial. De lo contrario, la actuación puede irse directamente al carajo. Si me lo hicieran ahora me pillaría un buen cabreo. Pero entonces sonreí y me dije «adelante». Miré a cámara y automáticamente pensé en mis padres. Me los imaginé pegados al televisor. Sabía que estaban detrás de aquel objetivo negro y eso me daba paz y fuerza al mismo tiempo.

Cantar un «baladón» como «Nacida para amar» a una velocidad mucho más lenta tenía un pequeño hándicap. Las frases se hacían eternas y el tiempo de exhalación se alargaba, hecho que requería una mayor gestión de la respiración. Son pequeños detalles, pequeños pero importantes, sobre todo cuando llevas meses ensayando y mecanizando una acción motriz (cantar lo es) de una determinada manera. Pequeños detalles que no tendrían más importancia si no fuera porque te lo juegas todo en tan solo 3 minutos.

Quedará para siempre en mi retina esa «orquestaza» en pie aplaudiendo al terminar la actuación. Pequeños momentos de felicidad que suceden, a veces, en un escenario. Juan Carlos Calderón era un gran compositor y su canción merecía esos sinceros aplausos de los colegas músicos.

Estaba de pie, abrazando a los compañeros y felicitándoles por la sexta posición, cuando me cogieron por la cintura y de un tirón me hicieron girar como una peonza. En cuanto pude, y antes de caer al suelo, me volví para ver quién era el gracioso. Era mujer. Se llamaba Celine Dion. Había ganado el concurso el año anterior y regresó un año después como invitada de honor para cantar durante la gala. Se mostró muy entusiasta con nuestra canción en cada ensayo y nos habíamos hecho inseparables durante esa semana previa a la gala.

Al terminar las votaciones, Celine vino disparada a felicitarme y me pegó ese achuchón con el que casi termino por los suelos. Luego bajamos al Hall y empezó una Jam Session con los músicos de la orquesta y nos marcamos juntas un inolvidable The Greatest Love Of All. Nunca he conocido a una mujer con tanta energía. Delgada como un espárrago. No alcanzo a entender de dónde sacaba la fuerza, la energía, la voz.

Hace años que no sigo Eurovisión. No me interesa especialmente. Sin embargo, este año quiero ver la actuación de Chanel Terrero. Trabajamos juntas varios años en «Mamma Mia!», y tengo un recuerdo precioso de ella. Buena persona, currante, súperprofesional. Deseo que le vaya muy bien y que su paso por el Festival sea el inicio de un largo y exitoso camino profesional.

Cambio radicalmente de tema para explicaros que seguimos sin noticias de Instagram. Me temo que no dirán ni «mu». He abierto dos cuentas nuevas nina.academia y tu_voz_tu_exito. De modo que el podcast tendrá cuenta propia. Hablando del podcast, cada viernes a las 21 h estreno en video en el canal You Tube de Nina Academia el episodio de la semana anterior y respondo al chat vuestras dudas. Si hoy viernes no tenéis mejor «planillo», ya sabéis dónde estaré a las 21h.

Volviendo a Instagram… Todavía no he colgado contenido en la cuenta de nina.academia. Pensaba hacerlo esta semana y anunciar el musical que haré en Madrid el próximo otoño, pero ¡caramba, se están haciendo de rogar! Todavía deberemos esperar unas semanas para desvelar el secreto. He visto el resultado de la sesión de fotos que hicimos hace algunas semanas y son ma-ra-vi-llo-sas ¡Tengo muchas ganas de que las veáis!

Y por último, y no menos importante, deciros que la «hackeada» ha sido mucho más leve con la compañía de vuestros mensajes. Os agradezco de todo corazón los buenos deseos y sobre todo que os hayáis tomado un momento para escribirme. Confío que la longitud de esta carta os compense la brevedad de la anterior.

¡Deseo que tengáis una muy buena semana! Nos leemos el próximo viernes…

Salud y paz

P.D. En realidad, hoy quería hablar de un tema que alguien pidió en un mensaje «La tensión corporal al cantar.» (Desconozco el nombre de la persona). Pero justo cuando he abierto la plantilla de la newsletter y la he identificado con el día pertinente (6 de mayo), el cerebro me ha dicho «¡Eh! Esa es una fecha señalada para ti…» La próxima semana confío poder abordar el tema de la tensión corporal. ¡Leo con mucha atención vuestros mensajes, no solo me inspiran para desarrollar las cartas, también son una fuente de inspiración e ideas para el podcast!



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